Conforme se escala en la cadena alimenticia conocida como residencia médica, las responsabilidades cambian, el rol del residente evoluciona y la meta se ve cada vez más cercana. El avanzar de año siempre es motivo de celebración y alegría para el especialista en entrenamiento. Durante muchos años la práctica popular en nuestro país ha sido que a mayor “jerarquía” menor responsabilidad. Sin embargo los mismos años se han encargado de comprobar que esta mentalidad deja muy poco al aprendizaje y atribuye mucho al estado emocional decadente de nuestros residentes. Los residentes deben estar conscientes de su transformación en especialistas y con ello formar una mentalidad de solidaridad y docencia.
Las aptitudes que se consideran de valor en un residente son las relacionadas con toma de decisiones, liderazgo, empatía, compromiso por el paciente y capacidad para trabajar en equipo. Todos estos factores deben estar en juego todos los años que dure el programa de residencia médica, es absurdo pensar que por ser R2, R3 o R4 estas cualidades van a desaparecer. El residente tiene la particular oportunidad de ser maestro desde su primer día. Es maestro para los estudiantes de medicina y al ir avanzando será maestro de los demás residentes. Tal responsabilidad debe tomarse con pasión y respeto, cuidando la confianza que nos es entregada por simple dogma de fe. Un sistema de residencia debe ser un entretejido de apoyo y eficiencia, en beneficio de todos los residentes como grupo, siendo el objetivo principal el bienestar del paciente. Aunque el entrenamiento del residente es personal, la labor asistencial que realiza es de índole grupal. Todos los agentes dentro de un hospital o de una guardia deben trabajar en sincronía y sin distinciones jerárquicas que emancipen de responsabilidad. Un residente que no asume su papel dentro del aparato educativo, perjudica a los demás residentes y representa un obstáculo para la eficaz atención al paciente.
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